ARCANOS MAYORES
La muerte lo seguía como sombra acechante.
Decidió hacer justicia por su parte.
Como buen ermitaño, cargó su saco con las cosas precisas.
Partió una noche de luna llena.
En un umbral de una casa del barrio, dos amantes que cuchicheaban abrazados lo vieron doblar la esquina, únicos testigos de la partida.
Amaneció en un sitio completamente desconocido para él.
Un sol encandilante, anclado en el cenit, le trajo la noticia de que la emperatriz del lugar lo estaba esperando.
Ansioso y acalorado, bebió agua de la fuente de los jardines del castillo.
Detuvo su mirada en la estrella que coronaba la puerta de entrada, sintió un pálpito de otro tiempo. Quedó colgado de un recuerdo futuro.
A los gritos, un automovilista que pasaba por el camino, lo bajo a tierra abruptamente, por fortuna, atinó a dar un paso hacia delante justo antes de ser arrollado por las ruedas del vehículo. Coincidiendo con su impulso, las puertas se abrieron frente a él. La sacerdotisa le dio la bienvenida. Le advirtió que antes que nada, debía dirigirse a arreglar un asunto con el emperador. Le explicó el camino..
Él no comprendió por qué un castillo tan bello, tenía pasillos tan lúgubres, oscuros y herméticos, que parecían ambientados por el mismísimo diablo.
Tras un extenuante laberinto tubular llegó a la habitación más elevada, la torre del castillo, donde un ventanal, el único de todo el trayecto, iluminaba la habitación, de manera alternada, por los rayos de la tormenta que avanzaba velozmente.
Sin embargo, el viento y el aire le permitieron recuperar la templanza.
No le duró mucho, saltó sobresaltado, al descubrir la presencia, a sus espadas, del Sumo sacerdote que se encontraba parado, quién sabe desde cuando, observándolo, con su mirada penetrante y profunda.
Se dio cuenta de que no necesitaría decirle por qué se encontraba él en ese lugar. El sumo sacerdote sabía mucho más que él, del por qué, de su presencia en aquel sitio. Sobre todo cuando su partida había sido un simple acto instintivo, el que lo impulsó hasta ese sitio. Sólo un loco podría comprender su accionar y los extraños sucesos.
El sumo sacerdote podía ver su ser, átomo por átomo, y para su sorpresa, él mismo era capaz de percibir lo que aquel percibía de él mismo.- La fuerza está contigo- le dijo.
El acto estaba concluido.
Pronto se encontró en los jardines, donde un carro, “su carro”, que ahora reconocía perfectamente, lo estaba esperando. Con sus ruedas rojas refulgentes y el palio azul cubriéndolo. Él se sentía completamente transformado, en un nivel profundo, algo lo había modificado completamente. Vestía atavíos muy extraños y muy suyos a la vez, que acarició con una añoranza olvidada, que ahora resurgía. Ágilmente se subió al carro, percibió la liviandad increíble de su cuerpo.
Al partir observó la fuente de la que había bebido, sobre la cascada relucía un arcoiris maravilloso.No es necesario remarcar, que cuando volvió , no era el mismo hombre, era un ser amplio, ágil y liviano, con su mirada profunda y clara, mucho más luminosa que aquella que antes poseía. El ahora mago, dobló nuevamente por aquella esquina de su barrio, y percibió que el mundo, en sincronía, caminaba junto a él, al ritmo de sus latidos.
La muerte lo seguía como sombra acechante.
Decidió hacer justicia por su parte.
Como buen ermitaño, cargó su saco con las cosas precisas.
Partió una noche de luna llena.
En un umbral de una casa del barrio, dos amantes que cuchicheaban abrazados lo vieron doblar la esquina, únicos testigos de la partida.
Amaneció en un sitio completamente desconocido para él.
Un sol encandilante, anclado en el cenit, le trajo la noticia de que la emperatriz del lugar lo estaba esperando.
Ansioso y acalorado, bebió agua de la fuente de los jardines del castillo.
Detuvo su mirada en la estrella que coronaba la puerta de entrada, sintió un pálpito de otro tiempo. Quedó colgado de un recuerdo futuro.
A los gritos, un automovilista que pasaba por el camino, lo bajo a tierra abruptamente, por fortuna, atinó a dar un paso hacia delante justo antes de ser arrollado por las ruedas del vehículo. Coincidiendo con su impulso, las puertas se abrieron frente a él. La sacerdotisa le dio la bienvenida. Le advirtió que antes que nada, debía dirigirse a arreglar un asunto con el emperador. Le explicó el camino..
Él no comprendió por qué un castillo tan bello, tenía pasillos tan lúgubres, oscuros y herméticos, que parecían ambientados por el mismísimo diablo.
Tras un extenuante laberinto tubular llegó a la habitación más elevada, la torre del castillo, donde un ventanal, el único de todo el trayecto, iluminaba la habitación, de manera alternada, por los rayos de la tormenta que avanzaba velozmente.
Sin embargo, el viento y el aire le permitieron recuperar la templanza.
No le duró mucho, saltó sobresaltado, al descubrir la presencia, a sus espadas, del Sumo sacerdote que se encontraba parado, quién sabe desde cuando, observándolo, con su mirada penetrante y profunda.
Se dio cuenta de que no necesitaría decirle por qué se encontraba él en ese lugar. El sumo sacerdote sabía mucho más que él, del por qué, de su presencia en aquel sitio. Sobre todo cuando su partida había sido un simple acto instintivo, el que lo impulsó hasta ese sitio. Sólo un loco podría comprender su accionar y los extraños sucesos.
El sumo sacerdote podía ver su ser, átomo por átomo, y para su sorpresa, él mismo era capaz de percibir lo que aquel percibía de él mismo.- La fuerza está contigo- le dijo.
El acto estaba concluido.
Pronto se encontró en los jardines, donde un carro, “su carro”, que ahora reconocía perfectamente, lo estaba esperando. Con sus ruedas rojas refulgentes y el palio azul cubriéndolo. Él se sentía completamente transformado, en un nivel profundo, algo lo había modificado completamente. Vestía atavíos muy extraños y muy suyos a la vez, que acarició con una añoranza olvidada, que ahora resurgía. Ágilmente se subió al carro, percibió la liviandad increíble de su cuerpo.
Al partir observó la fuente de la que había bebido, sobre la cascada relucía un arcoiris maravilloso.No es necesario remarcar, que cuando volvió , no era el mismo hombre, era un ser amplio, ágil y liviano, con su mirada profunda y clara, mucho más luminosa que aquella que antes poseía. El ahora mago, dobló nuevamente por aquella esquina de su barrio, y percibió que el mundo, en sincronía, caminaba junto a él, al ritmo de sus latidos.
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