Lanzando brotes de soja transgénica a la pimienta.
Un espacio para la catarsis y la desestrangulación temprana (5 segundos antes de la asfixia)
Por Fernando P.DesApariciones
Estaba pasando lista:
- García?
- Presente -. Respondió García.
- Díaz?
- Presente -. Respondió Díaz.
- López?
Nadie respondió.
- Ausente - pensé y anoté.
Y de pronto su ausencia se volvió presente.
Criticinismo artístico
- Pero qué es esta cosa? Cómo llegó a este Museo? A qué Movimiento pertenece?
- A juzgar por lo que genera su acabado, esa obra debe pertenecer al Movimiento intestinal.
La vida es tan larga y tan corta, tan terrible y maravillosa, tan cruel y generosa, tan alegre y tan triste, y de lo único que depende es de como la enfrentes día a día.
Hoy empecé el día inspirada y es probable que lo termine arruinada ;)
El león mata mirando
El viejo Antonio cazó un león de montaña con su vieja chimba. Yo me había burlado de su arma días antes:
-De estas armas usaban cuando Hernán Cortés conquistó México -le dije.
Él se defendió: -Sí, pero ahora mira en manos de quién está.
Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel, para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero.
-En el mero ojo -me presume- es la única forma de que la piel no tenga señales de maltrato, -agrega.
-¿Y qué va hacer con la piel? -pregunto.
El viejo Antonio no me contesta, sigue raspando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con doblador. Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace.
-Te falta -me dice mientras lo vuelve a forjar.
Nos sentamos a participar juntos en esa ceremonia del fumar.
Entre chupada y chupada, el viejo Antonio va hilando la historia:
El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras o con los colmillos.
El león mata mirando. Primero se acerca despacio… en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a la víctima, un manotazo que tira, más que por fuerza, por sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así… (el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira el león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada de león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil.
El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo.
Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa3 sin pena.
Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo topa el león no le hace caso y se sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran… es ciego.
‘Topos’, le dicen a esos animalitos.
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar.
Yo aventuro un: “sí, pero…”. El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.
El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para dentro. Y nadie sabe por qué llegó en su cabeza del topo ese mirarse para dentro. Y ahí está de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para dentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses lo castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’ fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo la tierra. Y por eso el topo vive abajo de la tierra, porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose por dentro. Y por eso el topo no lo tiene miedo al león. Y tampoco lo tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón. Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre, que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre.
-“¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?" interrumpo. Él contesta:
-“¿Yo? N’hombre, yo mire la puntería de la chimba y el ojo del león y ahí nomás disparé…. del corazón ni me acordé…”.
Yo me rasco la cabeza como, según aprendí, hacen aquí cada vez que no entienden algo.
El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega.
-“Toma” - me dice - “te la regalo para que nunca olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar…“
El viejo Antonio da media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir: -“Ya acabé. Adiós”. - Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui…
-De estas armas usaban cuando Hernán Cortés conquistó México -le dije.
Él se defendió: -Sí, pero ahora mira en manos de quién está.
Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel, para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero.
-En el mero ojo -me presume- es la única forma de que la piel no tenga señales de maltrato, -agrega.
-¿Y qué va hacer con la piel? -pregunto.
El viejo Antonio no me contesta, sigue raspando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con doblador. Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace.
-Te falta -me dice mientras lo vuelve a forjar.
Nos sentamos a participar juntos en esa ceremonia del fumar.
Entre chupada y chupada, el viejo Antonio va hilando la historia:
El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras o con los colmillos.
El león mata mirando. Primero se acerca despacio… en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a la víctima, un manotazo que tira, más que por fuerza, por sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así… (el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira el león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada de león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil.
El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo.
Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa3 sin pena.
Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo topa el león no le hace caso y se sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran… es ciego.
‘Topos’, le dicen a esos animalitos.
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar.
Yo aventuro un: “sí, pero…”. El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.
El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para dentro. Y nadie sabe por qué llegó en su cabeza del topo ese mirarse para dentro. Y ahí está de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para dentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses lo castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’ fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo la tierra. Y por eso el topo vive abajo de la tierra, porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose por dentro. Y por eso el topo no lo tiene miedo al león. Y tampoco lo tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón. Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre, que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre.
-“¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?" interrumpo. Él contesta:
-“¿Yo? N’hombre, yo mire la puntería de la chimba y el ojo del león y ahí nomás disparé…. del corazón ni me acordé…”.
Yo me rasco la cabeza como, según aprendí, hacen aquí cada vez que no entienden algo.
El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega.
-“Toma” - me dice - “te la regalo para que nunca olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar…“
El viejo Antonio da media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir: -“Ya acabé. Adiós”. - Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui…
Fuente: Los Otros Cuentos, relatos del Subcomandante Marcos. www.losotroscuentos.org
TENEMOS LAS ARTES, ASI QUE NO NOS MATARÁ LA VERDAD - Ray Bradbury
¿Conocés sólo lo real? Muérete.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos las artes, asi que no nos matará la verdad.
El mundo nos acompaña demasiado.
El diluvio se queda después de cuarenta días.
Las ovejas que pastan en los campos lejanos son lobos.
El reloj que hace tic-tac dentro de tu cabeza no es otra cosa que el tiempo,
y por la noche te enterrará.
Los niños tibios en la cama se marcharán al amanecer
y se llevarán tu corazón e irán a mundos que tu no conoces
y siendo así las cosas
necesitamos que las artes nos enseñen a respirar,
que nos hagan circular la sangre, aceptar la vecindad del Demonio
y la vejez y la oscuridad y los autos que nos atropellan,
que nos enseñen a payasear con la calavera puesta
o con el cráneo que lleva el gorro de Bufón
y tintinea echando herrumbre de sangre y traquetea soltando quejidos
para sacudir y acomodar huesos en los desvanes tarde por la noche.
Todo eso, todo eso...¡Es demasiado!
¡Parte el corazón!
¿Entonces? Busca el arte.
- Ellos, con quienes he conversado, hombres que sobrepasan los 60, en lo cúlmine de cualquier debate social de la realidad, exclaman;
- Pero de qué te quejás, pibe, si estamos en democracia.
- Cómo si no tuviera razones. Sí, otras razones, como si bastara con recuperar la memoria (en todo caso será doble tarea, por desmemoriados y por pelotudos, pero no podemos dejar escapar el presente),mientras tanto, nah, claro, no hay punto de comparación, serán otras las causas de mi deceso. Pero ecuchame viejo querido, tengo mis razones, que esa palabrita que a vos te provoca alivio y conformismo, viene derrapando a lo loco, y no es de ahorita nomás, y las elecciones tienen cada vez más el gustito de aquella anécdota de Galeano del cocinero. Pero nosotros, no queremos ser comidos de ninguna manera.
INVITACIÓN AL VÓMITO, Olverio Girondo
Cúbrete el rostro y llora. Vomita. ¡Sí! Vomita, largos trozos de vidrio, amargos alfileres, turbios gritos de espanto, vocablos carcomidos; sobre este purulento desborde de inocencia, ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce, y esta castrada y fétida sumisión cultivada en flatulentos caldos de terror y de ayuno. Cúbrete el rostro y llora... pero no te contengas. Vomita. ¡Si! Vomita, ante esta paranoica estupidez macabra, sobre este delirante cretinismo estentóreo y esta senil orgía de egoísmo prostático: lacios coágulos de asco, macerada impotencia, rancios jugos de hastío, trozos de amarga espera... horas entrecortadas por relinchos de angustia. |